El Ser más Humano – Humanidad de Cristo II – (Jesucristo 7 de 11)

Introducción.

Resumiendo el tema anterior, vimos que el nacimiento de Jesús fue normal, como uno de nosotros, aunque su “concepción” es única, de ahí el término unigénito visto en temas anteriores, como único en su género, concepción única e irrepetible.
A Cristo le fue preparada una naturaleza humana, original pero semejante a la nuestra, tuvo que nacer, crecer y aprender por experiencia lo que es pasar por tentaciones y sufrimiento para poder ayudarnos comprendiéndonos mejor.
También fue llamado “Varón” e “Hijo del Hombre” haciendo referencia a su humanidad. Cristo se llamó a sí mismo “hombre”, refiriéndose a su naturaleza como la nuestra, identificándose con la raza humana.
Por otro lado, vimos que fue hecho poco menor que los ángeles, es decir, semejante a nosotros, y que en ese cuerpo que se le preparó, venían incluidas las consecuencias “inocentes” del pecado, como tener sed, cansarse, tener hambre, etc. Eso es consecuencia de la naturaleza caída del hombre, pero no es pecado en sí. Eso sí que lo compartió Cristo con nosotros.
En el tema de hoy tocaremos más a fondo hasta qué punto se identificó con la raza humana, veremos por qué a Jesús se le llama el segundo Adán, así como, si da tiempo, a ver cuál fue su experiencia con las tentaciones.

Sus características humanas (segunda parte).

Vamos a continuar con las características humanas de Jesús. Podemos verlas a través de su ministerio, cuando Cristo reveló compasión, en ocasiones santa ira, y tristeza también.1 En otros momentos se sintió turbado y triste, incluso lloró2. Oró al Padre con gemidos y lágrimas, en una ocasión llegó a sudar gotas de sangre.3 Jesús como hombre, dependía plenamente del Padre, así como nosotros también dependemos de él.4
Jesús experimentó la muerte por todos nosotros. Tres días más tarde resucitó, pero no lo hizo convertido en un espíritu, sino como hombre, con un cuerpo, así le dijo a Tomás, mete tu dedo en mi llaga, tu mano en mi costado. También comió con los discípulos, después de haber resucitado, como leemos en Lucas 24:42-43 “Entonces le dieron un trozo de pescado asado y un panal de miel. Y él tomó y comió delante de ellos”.

La extensión de su identificación humana.

La Biblia nos comenta la humanidad de Jesús, sufriendo nuestras consecuencias inocentes, es decir, el cansancio, el hambre, etc. Pero en la Biblia también encontramos que Jesús se le llama el segundo Adán. Leamos 1 Corintios 15:45 “Así también está escrito: "Fue hecho el primer hombre, Adán, alma viviente"; el postrer Adán, espíritu que da vida.” Vemos que Jesús es identificado con Adán, pero se le llama el “postrer” o segundo Adán. En Romanos 8:3 se nos dice que Jesús vivió en semejanza de carne de pecado. La pregunta es, ¿hasta qué punto se identificó Cristo con la humanidad caída? Es importantísimo que se entienda de forma correcta la expresión “semejanza de carne de pecado”, que describe al ser humano pecador. Este aspecto, a lo largo de los siglos, ha traído desacuerdo dentro de la iglesia cristiana. Vayamos por partes.

1. Cristo adoptó la “semejanza de carne de pecado”.

La serpiente que fue levantada en el desierto, asunto que vimos tiempo atrás, ayuda a comprender la naturaleza humana de Jesús. Así como la serpiente de bronce era a semejanza de las serpientes de verdad y traía sanidad, el Hijo del Hombre tenía que ser hecho en semejanza de carne de pecado iba a convertirse en el Salvador del mundo.
Antes de la encarnación, Jesús era en forma de Dios, como leemos en Filipenses 2:6―8: “Existiendo en forma de Dios, él no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse; sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y hallándose en condición de hombre se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!”.
Vemos que, como consecuencia lógica, la naturaleza divina, le pertenecía desde el principio, como dice Juan 1:1 “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. Al tomar “forma de siervo”, puso a un lado sus prerrogativas divinas. Es decir, no las depuso, seguían siendo suyas, pero digamos que las guardó aparte, no las utilizó mientras estuvo sobre esta tierra. Algunas sí que las siguió usando, como el poder de perdonar pecados, pero ninguna en beneficio propio, por muy legítimo que fuese. Entonces vemos que Jesús se hizo obediente, es decir, se convirtió en “Siervo del Padre”. En Isaías 42:1 leemos “He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones”. Jesús no estimó “ser igual a Dios”, y dejando a un lado esos derechos, se hizo siervo del Padre para cumplir su voluntad. Esto mismo lo dijo Jesús en Juan 6:38 “He descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió”. Prueba de ese “sometimiento” de Cristo está en la oración del Getsemaní, registrada en Mateo 26:39 y 42, donde leemos: “Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú … Otra vez fue, y oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad”.
Jesús revistió su divinidad con la humanidad, es decir, fue hecho “en semejanza de carne de pecado”, de “naturaleza humana pecaminosa” (que sufre las consecuencias del pecado) o de “naturaleza humana caída”. Algunos han usado esta expresión de Romanos 8:3 para identificar a Jesús con la raza humana. Esto no implica que Jesús fuese pecaminoso, que tuviese una tendencia o inclinación hacia el mal. Siempre hemos de ver su pureza a pesar de ser semejante en lo físico a nosotros.
Jesús nunca pecó ni participó en actos o pensamientos pecaminosos. Si bien fue hecho en la forma o semejanza de carne de pecado, el Salvador jamás pecó, y su pureza perfecta está más allá de toda duda.

2. Cristo fue el segundo Adán.

La Biblia establece un paralelo entre Adán y Cristo, llamando a Adán “el primer hombre” y a Cristo “el postrer Adán” o “el segundo hombre”, como hemos leído antes en 1 Corintios 15:45 y 47. Sin embargo Adán tuvo ventajas sobre Cristo. ¿Por qué? Cuando Adán cayó en el pecado, vivía en el paraíso. Poseía una humanidad perfecta, y gozaba de pleno vigor físico y mental. Ese no fue el caso de Jesús. Estamos insistiendo en la idea de que Jesús adoptó la naturaleza humana, de su momento histórico, ya caída, con 4.000 años de historia de pecado. Humanamente, físicamente (afectando la mente por el cansancio, el sueño, el hambre, la sed, etc.) Jesús estaba en desventaja respecto Adán, pero a pesar de ello, Cristo lo hizo sin pecar, ni una sola vez. Cuando Cristo adoptó la naturaleza humana que evidenciaba las consecuencias del pecado, pasó a estar sujeto a las debilidades que todos experimentamos. Debemos distinguir estas debilidades con las propias tendencias o tentaciones internas que tenemos por nuestra propia maldad. Jesús no tenía esa maldad intrínseca que tenemos nosotros. En ese aspecto era el Segundo Adán, y como humano estuvo “rodeado de debilidad”5, y esa era la desventaja que tenía respecto el primer Adán.
Jesús sentía su debilidad, y por eso debió “ofrecer ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte” (Hebreos 5:7), identificándose de este modo con las necesidades y debilidades tan comunes en la humanidad.
Debe quedarnos claro, por lo visto hasta aquí, que aunque Cristo era el segundo Adán, no tuvo la misma naturaleza de Adán antes de caer en pecado. Tampoco fue la humanidad de Adán después de haber pecado, en todos sus aspectos. No podía ser la misma naturaleza original de Adán, porque Jesús sufría las consecuencias inocentes de los seres caídos. Tampoco era la humanidad caída, porque Jesús nuca había descendido a la impureza moral. Por lo tanto, era en el sentido más literal, nuestra humanidad pero sin pecado.
Buscando un ejemplo, si nuestro cuerpo fuese un traje, y el pecado una polilla, el pecado ha apolillado el traje del hombre. Todos tenemos el traje apolillado con la polilla incluida. Jesús se puso el traje apolillado de la humanidad, raído, con las consecuencias de la polilla, pero sin la polilla, es decir, sin pecado.
Ahora alguien podría decir que entonces Jesús no afrontó las tentaciones de la misma manera que yo las afronto, pues yo sí que estoy contaminado por el pecado. Para ello tenemos que ver cuál fue la experiencia de Cristo con las tentaciones. ¿Cómo afectaron a Cristo las tentaciones? ¿Le era fácil o difícil resistirlas? Entraremos en este interesantísimo tópico el próximo tema, sin olvidar lo visto hoy.

Resumen.

Hemos recordado hoy que Cristo tuvo características humanas como las nuestras, se entristecía, lloraba, tenía hambre y sed, se cansaba, etc. Al no estimar ser igual a Dios, se sometió al Padre, por eso vemos una dependencia de Cristo de la voluntad del Padre, tal cual nosotros deberíamos tener. Cuando Jesús resucitó, lo hizo como hombre, comió en presencia de los discípulos.
Jesús es llamado el segundo Adán, y para entender mejor esto hemos tenido que explorar el significado de la expresión de Romanos 8:3 “semejanza de carne de pecado”. Hemos visto que la naturaleza divina le pertenecía desde antes de la encarnación, por supuesto que después también. Esto excluye toda supuesta inmoralidad o tendencia al mal. Pero, como ser humano, Jesús se vistió de la humanidad de su época, es decir, se puso el “traje” de hombre con las consecuencias inocentes del pecado como son el hambre, la sed, la tristeza, el cansancio, etc. A pesar de esto, Jesús nunca pecó, y su pureza está más allá de toda duda.
Cristo, aunque es llamado el segundo Adán, no es exactamente como Adán antes de pecar, ni tampoco como Adán después de pecar. Físicamente Jesús estaba en desventaja, y moralmente, estaba en la posición de Adán antes de pecar. Jesús tuvo que retomar la acción de Adán allí donde él perdió el control de este mundo, y pasar la prueba que Adán no pasó, pero en una situación aún más desfavorable que la que brindaba el Edén.
Jesús es, literalmente, uno de nosotros, pero sin pecado. Por eso tiene algo mejor que brindarnos. Si fuese tan exactamente igual a nosotros como algunos pretenden, me ofrecería algo igual a lo que ya tengo, y eso sabemos que no es así.
El próximo tema abordaremos las preguntas que se han quedado en el aire y las responderemos lo más a fondo que se pueda.
¡Feliz Sábado!
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1 Mateo 9:36; Marcos 3:5.
2 Mateo 26:38; Juan 12:27; 11:33; Lucas 19:41.
3 Hebreos 5:7; Lucas 22:44.
44 Mateo 26:39―44; Marcos 1:35; 6:46; Lucas 5:16; 6:12.
5 Hebreo 5:2; Mateo 8:17; Isaías 53:4.
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