“CRUCE DE CAMINOS” (Crecimiento Cristiano 1 de 6)

reachingoutLectura Bíblica: Hechos 2:37 – 38.

INTRODUCCIÓN:

A menudo se satiriza a los cristianos, en especial a los predicadores dibujándolos como personas excéntricas, visionarias, incluso despeinadas, para terminar de empeorar la imagen.
Cuando nos encontramos con una de estas caricaturas, bien en una película, bien en la televisión, todos aparecen con un grito de guerra en común: “¡Arrepentíos!” ¿Habéis visto alguna vez esto? Esto tiene efectos perniciosos. Primero, la gente se insensibiliza cuando les quieres hablar de religión. En segundo lugar, y peor todavía, por este mal uso de la palabra, nos vemos afectados los cristianos. Se ha perdido el sentido de la palabra “arrepentimiento”. Ya no sabemos bien qué es arrepentirse. ¿Qué era lo que predicaba Juan el Bautista? ¿Qué era lo que predicaba Jesús?

El Arrepentimiento.

Poco antes de la crucifixión, Jesús prometió a sus discípulos el Espíritu Santo, el cual revelaría al Salvador al convencer “al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8). La primera labor es el ser convencido de pecado. Veamos un ejemplo. En el día del Pentecostés, Pedro comenzó a predicar a la multitud que había reunida en Jerusalén. Les habló de Jesús, de su muerte y de la responsabilidad del pueblo por consentir e incluso pedir su muerte. Leamos la reacción en Hechos 2:37–38 “Al oír esto, se compungieron de corazón y dijeron a Pedro y a los apóstoles: Hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos”.
¿Qué es el arrepentimiento? El arrepentimiento es una traducción del hebreo naham. Este término aparece 110 veces en el Antiguo Testamento, Significa literalmente “sentir pesar”, “arrepentirse”. El equivalente griego, “metánoia”, aparece 29 veces en el Nuevo Testamento, significando “arrepentimiento, cambio de corazón”, y recoge la idea implícita del hebreo “cambio de corazón”, o “cambio de camino”. La mejor ilustración del arrepentimiento es un caminante, que yendo de viaje, llega a un cruce, y aunque sabe cuál es el camino correcto, decide ir por el otro, pensando que puede atajar (muchas veces queremos adelantarnos a Dios buscando “atajos”), o pensando que ese camino es más divertido o menos aburrido. Una vez avanzado el camino, tristemente reconocemos que nos hemos equivocado, no se dirige hacia nuestro destino, o incluso es peligroso. Esto produce pesar en la persona, y una reacción. Es entonces cuando retornamos sobre nuestros pasos buscando el primer camino que abandonamos. Cambiar de camino, es la idea fundamental en este concepto. Ahora tengamos algo más en cuenta. Para la mentalidad semita, “el camino”, es algo más que un sendero donde transitar. El “camino”, significa cómo vives, cómo te conduces por la vida, cuál es tu forma de pensar, de relacionarte con otros, cuál es tu forma de vivir. Así que naham, y metánoia, literalmente significan “cambiar de camino”, en el sentido pleno de la palabra para un semita. Cambia el “corazón” de una persona, no porque le hagan un transplante, sino que cambia su mente, su forma de pensar. Todo esto conlleva una subsiguiente corrección. El verdadero arrepentimiento no es simplemente decir “lo siento”. El verdadero arrepentimiento lleva un cambio en la persona, un volver del camino y corregir en la medida de lo posible, el mal hecho o el error cometido.
Esto también conlleva un cambio de actitud hacia Dios y hacia el pecado. El Espíritu de Dios convence de la gravedad del pecado a los que lo reciben, y produce en ellos un sentido de la justicia de Dios y de su propia condición perdida. Obviamente se siente o experimenta pesar y culpabilidad. Es entonces cuando deberíamos recordar las palabras del sabio en Proverbios 28:13 “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia”. En este punto es cuando confesamos nuestros pecados a Dios, de forma específica.
Nadie ha dicho en ningún momento que esto sea fácil. A nadie, o casi nadie, le gusta reconocer que se ha equivocado, y aquí entra en juego la voluntad. Ejerciendo la voluntad nos entregamos a Dios, y renunciamos a nuestra conducta pecaminosa. ¿Alguien dijo que no tendríamos ganas de volver en algún momento? Si estamos constantemente unidos a Dios, nunca volverán deseos de hacer lo que no es correcto. Pero probablemente tendremos que luchar con ello en más de una ocasión. De todos modos, éste es el punto que llamamos “conversión”, cuando el pecador cambia su camino y se vuelve hacia Dios. Conversión, en griego epistrofe literalmente significa “volverse en dirección a”.
Un ejemplo de arrepentimiento de los pecados de adulterio y asesinato lo tenemos en el rey David. Convencido por el Espíritu Santo, despreció su pecado y se lamentó de él, rogando que se le concediera pureza de nuevo. Fruto de ese arrepentimiento surgió el Salmo 51, donde dice, citando algunos versículos: “Reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos… ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia, conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones… crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí”.
La experiencia posterior de David demuestra que la misericordia de Dios no sólo provee el perdón del pecado, sino que rescata de sus garras al pecador. Es cierto que el arrepentimiento precede al perdón, pero el pecador no puede por su arrepentimiento hacerse digno de obtener la bendición de Dios. De hecho, el pecador ni siquiera puede producir en sí mismo el arrepentimiento, porque es el don de Dios, como se puede leer en Hechos 5:31, o en Romanos 2:4, donde nos dice que Dios nos guía al arrepentimiento. Es el Espíritu Santo quien trae al pecador a Cristo, para ver las consecuencias de su pecado, contrastadas con el amor de Dios, y de ese modo, sentir profundo pesar por el pecado.

La motivación del arrepentimiento.

¿Cuál es la verdadera motivación del arrepentimiento? La respuesta la dio Jesús mismo. La podemos leer en Juan 12:32 “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo”. Esto lo dijo en referencia a su muerte en la cruz del Calvario. Nuestro corazón se compunge cuando nos damos realmente cuenta de que la muerte de Cristo nos justifica y nos libra de la pena de muerte. Imaginemos por un momento que nos ponemos en el lugar de un condenado a muerte, en las últimas horas antes de su ejecución. La preocupación, los sentimientos que debe experimentar, los pensamientos que deben pasar por su mente. De repente, llaman a la celda. El guardia está de pie delante de la puerta. El prisionero se exalta: “¿Ya ha pasado el tiempo? ¿Ya tengo que ir a la ejecución?” El carcelero dice: “No. Traigo un indulto. Te han perdonado la vida, y además quedas en libertad”. ¿Cómo se debe sentir en ese momento el prisionero? Así deberíamos sentirnos nosotros cuando comprendemos que Jesús nos regala el perdón y la vida eterna.
En Cristo, el pecador arrepentido no sólo recibe el perdón, sino que se lo declara inocente. Por supuesto que no merecemos un tratamiento así, y mucho menos podemos esperar el ganarlo con algún mérito. Según el apóstol Pablo, en Romanos 5:6 – 10, Cristo murió por nosotros, no esperando a que hayamos hecho algún mérito para siquiera ganar algo de su favor, murió por nosotros cuando aún éramos pecadores, débiles, impíos y enemigos de Dios. Realmente no hay nada en el mundo entero que pueda llegar a conmovernos tanto como comprender el amor perdonador de Cristo.
Debemos pasar tiempo contemplando el amor de Dios, leyendo su Palabra, contemplando especialmente las escenas finales del ministerio de Cristo, su sacrificio. Debería de ser un ejercicio diario, el repasar las escenas finales de la vida de Cristo en esta tierra. Contemplar este amor divino, mueve al pecador al verdadero arrepentimiento. Esta es la mejor y más poderosa motivación para el arrepentimiento del pecador. Es la bondad de Dios la que nos guía al arrepentimiento.

Resumen.

Resumiendo, conociendo nuestra “preferencia” por los “atajos” en la vida, queda más que claro. Nuestra vida es un camino, nuestra forma de ser es el camino, a menudo llegamos a un cruce de caminos, y escogemos erróneamente por dónde caminar, tomamos decisiones desafortunadas. Cuando nos damos cuenta de esta situación, tenemos dos opciones: Primera, seguir adelante por orgullosos, como si no pasara nada o intentando demostrar “fortaleza”. Y segunda: Desandar el camino recorrido, volviéndonos atrás, buscando de nuevo el cruce de caminos, para reanudar el correcto. Esta vez nos encontraremos una cruz en el cruce, donde confesar nuestros errores y encontrar una segunda oportunidad. Esto es conversión.
Lo que nos debe motivar a tragarnos el orgullo es la cruz. Ver qué hizo Jesús por nosotros. Somos como aquél prisionero condenado a muerte e indultado a última hora. Debemos pasar tiempo contemplando el amor de Dios, leyendo su Palabra, contemplando especialmente las escenas finales del ministerio de Cristo, su sacrificio. Debería de ser un ejercicio diario, el repasar las escenas finales de la vida de Cristo en esta tierra. Es la bondad de Dios la que nos guía al arrepentimiento.
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