El Ser más Humano – Humanidad de Cristo III – (Jesucristo 8 de 11)

Introducción.

En el tema anterior recordamos que Cristo tuvo características humanas como las nuestras, se entristecía, lloraba, tenía hambre y sed, se cansaba, etc. Al no estimar ser igual a Dios, se sometió al Padre, por eso vemos una dependencia de Cristo de la voluntad del Padre, tal cual nosotros deberíamos tener. Cuando Jesús resucitó, lo hizo como hombre, comió en presencia de los discípulos.
Jesús es llamado el segundo Adán, y para entender mejor esto tuvimos que explorar el significado de la expresión de Romanos 8:3 “semejanza de carne de pecado”. Vimos que la naturaleza divina le pertenecía desde antes de la encarnación, por supuesto que después también. Esto excluye toda supuesta inmoralidad o tendencia al mal. Pero, como ser humano, Jesús se vistió de la humanidad de su época, es decir, se puso el “traje” de hombre con las consecuencias inocentes del pecado como son el hambre, la sed, la tristeza, el cansancio, etc. A pesar de esto, Jesús nunca pecó, y su pureza está más allá de toda duda.
Cristo, aunque es llamado el segundo Adán, no es exactamente como Adán antes de pecar, ni tampoco como Adán después de pecar. Físicamente Jesús estaba en desventaja, y moralmente, estaba en la posición de Adán antes de pecar. Jesús tuvo que retomar la acción de Adán allí donde él perdió el control de este mundo, y pasar la prueba que Adán no pasó, pero en una situación aún más desfavorable que la que brindaba el Edén.
Jesús es, literalmente, uno de nosotros, pero sin pecado. Por eso tiene algo mejor que brindarnos. Si fuese tan exactamente igual a nosotros como algunos pretenden, me ofrecería algo igual a lo que ya tengo, y eso sabemos que no es así.
En el tema de hoy abordaremos las preguntas que se quedaron en el aire y las responderemos lo más a fondo que se pueda. Esas preguntas eran ¿cómo afectaron a Cristo las tentaciones? ¿Le era fácil o difícil resistirlas? La forma en que Jesús afrontó las tentaciones prueba que era verdaderamente humano. Así lo vamos a ver hoy.

Tentado en todo según nuestra semejanza.

El hecho de que Cristo fuese tentado en todo según nuestra semejanza, como dice Hebreos 4:15, demuestra que participaba de la naturaleza humana. Para Jesús, la tentación y la posibilidad de pecar eran reales. Si no hubiera podido pecar, no habría sido humano ni nos habría servido de ejemplo. Cristo tomó la naturaleza humana con todas las desventajas, incluyendo la posibilidad de ceder a la tentación. Recordemos que Adán, antes de pecar, también tenía esta posibilidad, cosa que sucedió.
La pregunta es, ¿cómo podría Jesús haber sido tentado en “todo”, así como somos nosotros tentados? Es obvio que la expresión “en todo” no significa que se encontró con tentaciones idénticas a las que afrontamos hoy. Jesús nunca se sintió tentado a ver programas de televisión inmorales, o a ignorar el límite de velocidad en una carretera. El punto básico que sirve de fundamento para todas las tentaciones, es nuestra decisión de si vamos a rendir nuestra voluntad a Dios o no.
En su encuentro con la tentación, Jesús siempre mantuvo su obediencia a Dios. Por medio de su continua dependencia del poder divino, resistió con éxito las más fieras tentaciones, aunque era humano.
La victoria de Cristo sobre la tentación lo capacitó para simpatizar con las debilidades humanas. Nuestra victoria sobre la tentación se logra al mantener nuestra dependencia de Él. Como leemos en 1 Corintios 10:13: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar”.
Debemos reconocer que en última instancia, “el hecho de que Cristo pudiese ser tentado en todas las cosas como nosotros, y sin embargo mantenerse sin pecado, es un misterio que ha sido dejado sin explicación para los mortales”1.

Padeció siendo tentado.

Cristo padeció mientras estuvo sujeto a la tentación, como leemos en Hebreos 2:18 “es en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados”. Según Hebreos 2:10 fue perfeccionado por padecimientos. Por cuanto él mismo debió enfrentar el poder de la tentación, podemos tener la seguridad de que sabe cómo ayudar a cualquiera que es tentado. Fue uno con la humanidad en sufrir las tentaciones a las cuales la naturaleza humana se halla sujeta.
Otra pregunta oportuna sería ¿cómo sufrió Cristo bajo la tentación? A pesar de tener la “semejanza de carne de pecado”, sus facultades espirituales estaban libres de cualquier efecto o consecuencia de pecado. Como dijimos en la charla anterior, Jesús era el segundo Adán, antes de pecar moralmente hablando. Por lo tanto, su naturaleza santa era extremadamente sensible. Cualquier contacto con el mal le causaba dolor. Debemos tener presente, que en estas condiciones, las tentaciones debieron ser más intensas y dolorosas para Jesús que para cualquiera de nosotros. Jesús tuvo que sufrir mucho más que cualquiera de nosotros con las tentaciones2.
Entonces la pregunta siguiente sería ¿cuánto sufrió Cristo? Su experiencia en el desierto de la tentación, el Getsemaní y el Gólgota, revela que resistió hasta el punto de derramar su sangre. En Hebreos se nos exhorta de la siguiente manera: “Porque todavía, en vuestra lucha contra el pecado, no habéis resistido hasta el punto de derramar sangre” (Hebreos 12:4).
Cristo no sólo sufrió más, en proporción a su santidad, sino que también debió enfrentar tentaciones más fuertes que las que nos asaltan a los seres humanos. Un autor, B. F. Wescott decía: “La simpatía con el pecador en sus tribulaciones no depende de haber experimentado el pecado, sino de haber experimentado la fortaleza de la tentación a pecar, la cual únicamente una persona justa puede conocer en toda su intensidad. El que cae, cede antes del último esfuerzo3.
Otro comentarista, F. F. Bruce está de acuerdo al declarar: “Sin embargo, Cristo soportó triunfante toda forma de prueba que el hombre podría experimentar, sin debilitar en lo más mínimo su fe en Dios, ni debilitar en lo más mínimo su obediencia a Él. Esta clase de aguante atrae sufrimiento más que humano, y no menos4
Además, nosotros jamás podremos enfrentar una tentación que Jesús sí que afrontó, además, lo hizo de manera constante en cada momento de su vida. La de usar el poder divino en su propio beneficio. E. G. White declara: “Cristo había recibido honor en las cortes celestiales, y estaba familiarizado con el poder absoluto. Le era tan difícil mantener el nivel de la humanidad, como lo es para los hombres levantarse por encima del bajo nivel de sus naturalezas depravadas, y ser participantes de la naturaleza divina5.

¿Podía pecar Cristo?

Los cristianos difieren en el punto de si Cristo podía pecar o no. Nosotros concordamos con el autor Philipp Schaff, quien dijo: “Si Cristo hubiera estado provisto de impecabilidad absoluta desde el comienzo, es decir, si le hubiera sido imposible pecar, no podría ser un verdadero hombre, ni nuestro modelo para imitar: su santidad, en vez de ser su propio acto autoadquirido y mérito inherente, sería un don accidental o externo, y sus tentaciones una apariencia sin realidad6.
Otro autor, Karl Ullmann añade: “La historia de la tentación, no importa cómo se la pueda explicar, no tendría significado; y la expresión que aparece en la epístola a los Hebreos ‘tentado en todo como nosotros’, carecería de significado7.

La Santidad de la naturaleza humana de Jesucristo.

Es evidente que la naturaleza divina de Jesús era santa. Pero ¿qué podemos decir de su naturaleza humana? La Biblia describe la humanidad de Jesús, llamándola santa. Su nacimiento fue sobrenatural; fue concebido del Espíritu Santo, como leemos en Mateo 1:20. Cuando aún no había nacido fue descrito, según Lucas 1:35, como “el Santo Ser”. Tomó la naturaleza del hombre en su estado caído, llenado las consecuencias (inocentes) del pecado, no su pecaminosidad. Era un con la raza humana excepto en el pecado.
Jesús fue “tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”, “santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores” (Hebreos 4:15; 7:26). Pablo escribió en 2 Corintios 5:21 que “Cristo no conoció pecado”. Pedro testificó en 1 Pedro 2:22 que Jesús “no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca”, y en 1 Pedro 1:19 lo comparó con “un Cordero sin mancha y sin contaminación”. El apóstol Juan declaró en 1 Juan 3:5―7 “No hay pecado en él… él es justo”.
Jesús tomó sobre sí mismo nuestra naturaleza con todas sus debilidades, pero se mantuvo libre de la corrupción hereditaria y de la depravación y la práctica del pecado. Ante sus oponentes, proclamó: “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?” (Juan 8:46). Y cuando se acercaba a su mayor prueba, dijo: “Viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mi” (Juan 14:30). Jesús no poseía propensiones ni inclinaciones al mal, ni siquiera pasiones pecaminosas. Ninguna de las tentaciones que lo asaltaban como un alud, pudo quebrantar su inamovible lealtad a Dios.
Jesús nunca hizo confesión de pecado ni ofreció sacrificio. No oró: “Padre, perdóname”, sino “Padre, perdónalos” (Lucas 23:34). Procurando siempre cumplir la voluntad de su Padre y no la suya propia, Jesús mantuvo constantemente su dependencia del Padre (véase Juan 5:30).
A diferencia de la humanidad caída, la “naturaleza espiritual” de Jesús es pura y santa, “libre de toda contaminación del pecado”8. Sería un error pensar que Cristo es “absolutamente humano” como nosotros. Es el segundo Adán, el único Hijo de Dios. Tampoco deberíamos considerarlo como un “hombre con la propensión a pecar”. Si bien su naturaleza humana fue tentada en todo lo que la naturaleza humana puede ser tentada, nunca cayó, jamás pecó. Nucna se halló en él ninguna inclinación al mal.
Un autor, Henry Melvill (escritor predilecto de EGW) escribió: “Pero si bien tomó la humanidad con sus debilidades inocentes, no la tomó con las propensiones pecaminosas [esto es, las inclinaciones al mal]. Aquí se interpuso la Deidad. El Espíritu Santo cubrió a la virgen con su sombra, y, permitiendo que de ella se derivara la debilidad, prohibió la maldad; y así causó que fuese generada una humanidad sufriente y capaz de sentir tristeza, pero accesible a la angustia, pero no dispuesta a ofender; aliada en forma estrictísima con la miseria producida, pero infinitamente separada de la causa productora9.
De hecho Jesús es el mayor y más santo ejemplo de la humanidad. Es santo, y todo lo que hizo demostró perfección. En verdad, él constituye el ejemplo perfecto de la humanidad sin pecado.
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1 White E. G. Carta 8, 1895, en CBA 5, 1102, 1003
2 Cf. White, E. G. “En el Getsemaní”. En: Signs, 9 dic. 1897 p. 3
3 Wescott, Brook F. The Epistle to the Hebrews. Grand Rapids, Mi. Eerdmans 1950 p. 59.
4 Bruce, F. F. Commentary on the Epistle to the Hebrews. Grand Rapids, Mi. Eerdmans, 1972, pp. 85, 86.
5 White, E. G. “The temptation of Christ” En: Review and Herald, 1 Abril 1875, p. 3.
6 Schaff, Philipp. The Person of Christ. New York, NY. George H. Doran, 1913. pp. 35, 36.
7 Ullmann, Karl. An Apologetic View of the Sinless Character of Jesus. The Biblical Cabinet; o Hermeneutical Exegetical, and Philological Library. (Edinbugh, Thomas Clark, 1842). Tomo 37, pág. 11.
8 White, E. G. Op. Cit. “En el Getsemaní”...Véase White, E. G. DTG p. 231.
9 Melvill, pág. 47.
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