Promesa del tercer mandamiento

Texto: Éxodo 20:7 BLP.

Teniendo en cuenta que los diez mandamientos están expresados en futuro, se deben entender más que como órdenes, como promesas (además de instrucciones).

El tercer mandamiento siempre se ha entendido, y de forma adecuada, como una prohibición de tomar a la ligera el nombre de Dios. En este caso el verbo usado para "castigo" no es el mismo que en el segundo mandamiento. Aquí si se refiere a "consecuencias".

¿Entonces, cómo podemos entender esta aparente contradicción entre promesa y "castigo"? Solamente entendiendo de forma adecuada el sentido completo del mandamiento, que no excluye la comprensión tradicional, sino que la amplía.

Si hacemos de Dios lo primero en nuestras vidas (primer mandamiento) y si lo integramos de forma constante (relación) en nuestro diario vivir de forma que su presencia sea constante y no dependa de imágenes o estatuas físicas (segundo mandamiento), entonces tendremos la tercera promesa:

Cada vez que invoquemos el nombre de Dios, nunca será en vano. Dios siempre responderá a nuestra súplica, a nuestro llamado. Cada vez que pronunciemos su nombre, hablemos de él o con él, siempre habrá un fruto de ello. Nunca será en vano.

Cabe la posibilidad de que Dios no responda como uno espera o desea, y no demos por buena su respuesta. Sólo entonces, habremos pronunciado o invocado el nombre de Dios en vano. Dios podría decirnos: "¿Para qué me llamas, para qué me invocas, para qué me pides consejo, para qué me pides ayuda si no aceptas lo que te digo, lo que hago, lo que te ofrezco?"

Tomar o pronunciar en vano el nombre de Dios va más allá de la simple blasfemia, maledicencia, o juramento necio. También es no apreciar las promesas de Dios. Es desobedecer a Dios. Es fallarle. Es despreciar su ayuda, su consejo, su ofrecimiento.

Evidentemente, todo aquél que invoque el nombre de Dios, "pronuncie su nombre" para pedir ayuda, sabiduría, o lo que necesite, y desprecie lo que Dios le diga, aconseje u ofrezca, está invocando, pronunciando, tomando el nombre de Dios en vano.

La consecuencia es natural, despreciar el consejo de Dios, su ayuda, su sabiduría, su ofrecimiento, siempre tendrá una consecuencia negativa para el ser humano. El mero hecho de dejarnos sufrir nuestra propia suerte fruto de nuestra necedad es suficiente castigo. Dios no puede bendecir en contra de la voluntad del ser humano, menos si le preguntan o piden y abiertamente le desprecian.

Fuente: Pedro Torres, YouVersion.

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